El secreto rumor de las vías del tren.

Ahora que llueve y hemos retrocedido en el tiempo, y estamos de nuevo en el frío donde apenas paseábamos.

Después de haberme quemado la nariz bajo mi árbol de doscientos años, y pedirle un poco más de luz para continuar leyendo.

Ahora, que he decidido abrir las contraventanas de mi cuerpo, y he reído con la cabeza bajo la almohada, y he llorado sin temor al rimmel.

Después de beber un vino, y luego otro, y luego otro y no distinguir ya ni la madera del parqué, ni la que acuchillaba mi paladar.

Ahora, cuando nos hemos reconocido.

Después de guardar la pereza a depilarme, y los abrigos gruesos.

Ahora que me he vuelto a encontrar con quien amé y un tren, un tren de madera antiguo y estrecho, me atravesó de norte a sur para seguir su viaje.

Después de que me hayan llamado por mi nombre «Laura» y que me sonase hermoso.

Ahora que me iba a regalar una sonrisa pintada todo el día.

Después de escuchar, de sortear tanta hostilidad nacida del miedo y salir casi indemne.

Ahora que nuestros ex están dejando de serlo, y algunos sólo me invocan en sus noches de insomnio.

Después de todo, empiezo a despedirme.

Ahora, justo ahora.

Después de la noche oscura del alma y de tirar el equipaje por la ventanilla.

Ahora, el andén de salida es el número cero.

Después, será el de llegada de los trenes fantasma.

Ahora, me siento y respiro el olor a carbonilla que algunas estaciones aún conservan.

Después… ya se verá.

¿ Y ahora qué?

 

 

Abrirse

¿Qué sucedería si te dejases tocar por dentro?

Por el envés de la hoja, esa superficie suave como el interior de una vagina, como la piel de un bebé. Ese pedazo de ti que escondes bajo cinco niveles de colchones, por lo menos.

¿Y si alguien cogiera ese guisante, se lo metiese en la boca, y degustara tu verdadero sabor?

¿Y si alguien te mirase y te viese?

te viese como se mira el mar por primera vez, como te sorprendes ante un cachorro o ante el cuerpo de quien te gusta.

¿Y si alguien descubriera en ti a esa niña rara que fuiste?

O esa marca de nacimiento tan fea.

O que te gusta meter los dedos en la Nocilla.

O tus pelos, todos tus pelos.

Y aún así no pasara nada.

Imagina

ni huidas

ni palabras muro, palabras máscara

ni amor líquido

ni líquido alcohólico en vena para no pensar en ti.

Pensar en ti, sí, pensarlo mientras lo vives.

Imagina

qué hermoso sería

convertirte en el cuadro favorito de alguien el día que lo ve en directo,

con sus craqueladuras, con su barniz ahumado, con su moldura fea.

Dejarse ver es un exceso

de carne, alma, piel.

Una locura, un sacrificio, una inmolación.

Dejarse ver exige caer en la pupila del otro

y hallarse cóncavo y convexo

en el abrazo de dos amantes, o en el reflejo de una ventana que se abre para ventilar.

Imagina que no sucede nada

salvo lo que tiene que suceder.

Y en el armario entreabierto que tienes entre las costillas,

ése que suena a viejo, y huele a naftalina, cuelga una camisa blanca

que espera.

Imagina que alguien la acaricia

por dentro y se la prueba.

¿Qué sucedería?

¿Lo sabes tú?

Yo ni me lo imagino.