La absurda manía de morirse (que tiene la gente buena)

Te has ido, Amado del Pino.

Y me he enterado de la manera más absurda, por la red.

Antes de olvidarte, de que el tiempo me arrastre de los pelos y me azuce como a una yegua loca  quiero escribirte.

Antes de morirme yo también, quiero despedirme de ti.

Escribirte es mi forma de entender el mundo.

Pero a la muerte no hay que entenderla, no hay quién entienda por qué unos sí y otros no ahora. Todos seremos sí algún día.

Te escribo para retenerte un segundo, tú como escritor hubieras hecho lo mismo.

Tan humanos y terribles, tan torpes.

Torpe yo, tras la noticia.

No eres mi primer muerto, aunque dueles.

Dueles porque la gente buena se está muriendo, uno tras otro.

Los miserables se mueren pero quedan otros tantos. Y los maestros son necesarios, sois necesarios.

Los maestros aparecéis para desvelar un tramo del camino. Tú alumbrabas en las conversaciones y me escuchabas con atención como buen periodista metido a autor.

Todo han sido señales recientes: una charla a medias, una recuerdo en una conversación con nuestra común y amada «Gertrudis de Avellaneda» una carta de tu puño y letra en un viejo cuaderno, una cita teatral sin fecha. Estaba ciega, ciega de premura.

Nos quedan pendientes litros de café y recomendaciones literarias, y aquel proyecto sobre el que tanto hablamos.

Tendré que conocer a Padura sola.

Y seguir escribiendo.

Quiero que lo sepas, que te lo lleves contigo.

Soy más autora por  ti.

Tenemos que plantarnos en la vida y confiar en el escenario como punto de encuentro, contigo tal vez un día, en ese café pendiente.

Hemos de vivirlo todo.

Y no esperar más a los ausentes, no estimar a quien no nos estima, no perder el tiempo.

Hoy se me acumulan los duelos. Necesarios y ardientes.

Te vas.

Aguarda, aún me quedan palabras. Soltaré tu mano con el punto y final.

Seguiré leyéndote en este Madrid de frío y recuerdos. Nos reiremos, por qué no, en la memoria es posible. Escribo de nuevo lo que merecías. Escribo y nos vamos por hoy; para siempre:

Gracias.

DEP: Amado del Pino (Tamarindo, Camagüey, 1960) dramaturgo, crítico literario, periodista, actor, amigo.

 

CoNocErME

Esperarte

Guardarte

Recordarte

Todo en te

Tomar el te

Tomarte el pelo

Besarte

Quererte

Querer  que lo recibas

Porque lo mereces

Te lo mereces

Te lo puedo decir más alto

Y más claro

Te lo digo igual

Te de tolerancia

Te de temor

a que te rindas

Te de tila para la angustia

Jódete, Laura

Te, ti, tú y tus circunstancias

Segunda persona del singular

Ten cuidado

te la estás jugando.

Te quiero, vida mía

Te quiero noche y día

No he querido nunca así

Te quiero con locura

Con odio y con ternura

Sólo vivo para ti

Dale la vuelta al TE

DÁSELA

TE- ET

La conjunción latina de unión

¿Y?

¿Qué te habías creído?

¡Qué terrible ironía!

Te lo puedo decir más alto

Te lo hubiera dicho más claro

Si te hubiera visto venir.

Qué te jodan.

Te lo dije entonces, te lo niego ahora.

Te pienso te pienso te pienso.

Te en medio de la palabra intensidad

Te al final de la palabra amante

Donde tomamos te y luego follamos

Con la vida tenemos dos opciones

O la tememos

o la terminamos hasta el fondo, como una botella de tinto.

Te lo mostré

Te lo estoy mostrando

Te importe o no.

A mí Me importa

Quizás tiendo a exagerar

Está terminantemente prohibido creer

En este mundo de tensiones extremas

De terrorismo

De máscaras que uno pretende

arrancarse temblando.

Déjate. Piérdete. Muérete.

Tú en lo externo.

Yo tecleando el te de

Te has ensuciado

Y perdiste tu luz

sin entregarte

Te lo digo tan claro

Como la luz que aun mantengo

De la segunda persona a la primera existe una diferencia

Tanta como del tú al yo

Aunque no te des por enterado.

Me+et

MEET 

Manual breve y definitivo sobre la felicidad.

¿Para ser feliz? Yo no tengo técnica alguna.

– Pero eres feliz.

– Sólo decírtelo me aleja de la felicidad como cuando te tapas los ojos con la mano porque el sol te deslumbra.

– Quiero ser feliz como tú.

– Y yo que dejes de repetirme que lo soy. 

– Se te ve. Te conozco desde siempre y nunca te había visto feliz.

– He sido feliz otras veces, a lo mejor no te habías dado cuenta.

– No de esta manera.

– Eres tú quien lo ve en mí.

– Te envidio. Quiero tu felicidad.

– No te serviría para nada, es mía.

– Envidio lo que acabas de decir, cómo lo sueltas con total tranquilidad y hasta cómo te cuestionas: ¿Feliz yo? A mí no se me ocurre ni preguntármelo, no lo soy.

–  A lo mejor es que no valoras lo que tienes.

– ¿Y qué tengo?

– Claro que si ni siquiera lo ves, el camino es mucho más largo.

– Oye, ¿no crees que suena un poco a libro de autoayuda? Si me recomiendas ahora la terapia sistémica o que tome rábano negro empezaré a creer que fumaste demasiada marihuana de chaval.

– Pues nunca viene mal fumar un poco, constelar o tomar vegetales.

– Tomar vegetales no nos vendría mal a ninguno de los dos. 

– Comer algo, quieres decir, aunque se nos va a quedar un tipín envidiable.

-Qué asco das.

– ¿Por? ¿Tan mal huelo? Tú tampoco estás hecho un primor..

– Porque le ves el lado positivo a todo. Puta felicidad, quién la tuviera.

– Y tú pareces el otro, el payaso gruñón, un personaje de Beckett. Un tipo abocado a la tristeza esperando que los demás le den una palmada en la espalda y le digan: Vamos, tío, si no estás tan mal…

– ¡Estoy mal!

– ¡Estamos los dos mal!

– Tú eres feliz, no me jodas.

– ¿Por qué no me paso el día quejándome?

– No me quejo, constato la realidad.

– Toda la vida lo mismo. ¿Y qué necesidad tienes de ser feliz? estamos aquí, juntos

– No te soporto cuando te pones feliz. Dime cómo lo haces y no volveré a sacar el tema.

– Creo que he dejado de esperar.

– ¿Esperar el qué? 

– Cualquier cosa.

– ¿Cómo qué? 

– Que vengan a buscarnos, por ejemplo.

– Más nos vale que vengan.

– O no, en la vida todo son decisiones binarias. Puede que sí, puede que no. Las dos respuestas son igual de válidas, sólo que no las pienso porque no puedo hacer nada para que la balanza caiga de uno u otro lado. Durante un tiempo me proyecté en el Sí, quería que nos buscasen, que nos encontraran respirando débil aunque con suficiente pulso y volver a lo de antes. Luego, opté por el No porque descansar un tiempo largo no nos vendría mal después de tanto ajetreo. Y así entre el SÍ y el NO llegó un «Y QUÉ», y mira, empezaste a darme la tabarra con la felicidad. 

– Te has rendido.

– Si tú lo dices…

– ¡Y sonríes tan tranquilo!

– Es la cara que se me ha puesto.

– De felicidad constante.

– Nos estamos quedando sin carne. También las alimañas del bosque tienen derecho a comer. Si te mirases a un espejo, descubrirías tu gesto igual que el mío. 

– Ojalá nos echasen un poco de tierra por encima.

– ¿Para qué? Nos perderíamos estar al aire libre. Fíjate que cielo más despejado hay esta noche.

– El que no se consuela es porque no quiere, desde luego.

– No, es que sólo tenemos esto, un manto de estrellas sobre nosotros para contarlas todas.

– Vamos a tardar una eternidad.

– Tranquilo, compañero, creo que tenemos algo de tiempo.  

– Dime cómo lo haces.

– Tú cuenta y calla.

En el corazón del fuego

Un día las polillas se reunieron para discutir el extraño fenómeno llamado «fuego». No lograban adivinar qué era aquello tan misterioso. Finalmente, después de mucho debate, una polilla salió a investigar el «fuego» personalmente. Vio la luz de una vela a lo lejos y entonces volvió al grupo y lo describió a los demás. Pero la polilla sabia, que estaba a cargo de la reunión, dijo que la descripción no era lo suficientemente clara, así que una segunda polilla fue a echar un vistazo más de cerca. Volvió con las alas chamuscadas y describió la experiencia a las polillas que esperaban. La polilla sabia dijo que aún esta descripción no era lo suficientemente clara. Finalmente, una tercera polilla decidió verlo por sí misma. Voló cerca de la vela y entonces, intrépidamente, se zambulló en el corazón de la llama. En ese instante se hizo uno con el «fuego». La polilla sabia dijo: «ella ha aprendido lo que quería aprender, pero sólo ella lo entiende». 

Peter Brook

En «La conferencia de los pájaros»